Ha pasado un tiempo desde la última vez que centramos nuestra atención en las criptomonedas, uno de los segmentos de mercado que han estado sometidos a más presión este año. Dada su mayor sensibilidad a las condiciones de liquidez, los activos digitales sufrieron turbulencias en una fase muy temprana, de hecho, antes de que estas se propagaran de forma generalizada por los mercados financieros a principios de este año. Cabe destacar que los activos digitales en su totalidad alcanzaron una capitalización de mercado cercana a los 3 mil millones de dólares el pasado noviembre.
Una recuperación del mercado impresionante
Sin embargo, a finales del primer semestre de 2022, habían revertido más de dos tercios de dicha cantidad. Ahora, junto con otros activos de riesgo, el mercado de criptoactivos experimentó una recuperación en julio. En total, la capitalización de mercado de los criptoactivos vuelve a superar el billón de dólares. ¿Significa esto que el llamado «criptoinvierno» ha terminado?
Aún es imposible saberlo con total certeza, ya que en gran medida depende de la evolución de las condiciones financieras. A corto plazo, esta clase de activos sigue siendo muy vulnerable a un nuevo endurecimiento. En este momento, el impacto del estímulo derivado de la pandemia se ha invertido por completo. Las ganancias acumuladas por aquellos inversionistas que destinaron sus cheques de estímulo y su exceso de capital a los activos digitales en el período previo a la recuperación de la pandemia se esfumaron.
Buscando el lado positivo
Aunque el panorama de rendimiento sigue siendo sombrío en lo que va de año, se alcanzan a vislumbrar algunas novedades positivas bajo la superficie. En lo que llamamos un efecto de limpieza, la caída del mercado puso al descubierto de manera implacable modelos de negocio cuestionables que solo son viables en condiciones de abundante liquidez. Entre los ejemplos más destacados se encuentran el colapso de varias criptomonedas algorítmicas no respaldadas, las solicitudes de quiebra de plataformas de criptopréstamos, así como la liquidación forzosa de uno de los mayores hedge funds de criptomonedas.
En el caso de las plataformas de criptopréstamos, los inversionistas fueron básicamente seducidos por la promesa de rendimientos «garantizados» (¿puede escuchar las campanas de alarma?) a niveles absurdos. De hecho, estas plataformas empleaban estrategias que requerían el uso de un apalancamiento implícito excesivo, a la vez que estaban respaldadas por garantías insuficientes, de mala calidad o, incluso, carecían de ellas.
En última instancia, los desfases inherentes entre los activos y los pasivos (pasivos líquidos con generosas condiciones de reembolso combinados con activos con estrategias de rendimiento ilíquidas) de estos modelos de negocio salieron a la luz, lo cual impulsó las solicitudes de reintegro y acabó exacerbando la caída.
No hay nada nuevo en esta cadena de acontecimientos. A lo largo de la historia, los mercados financieros han experimentado varias crisis crediticias que han seguido una secuencia similar; la más notable de ellas fue la Gran Crisis Financiera. En este caso, afortunadamente, los mercados de criptoactivos no son tan grandes ni están tan interconectados como para plantear riesgos generalizados que afecten a los mercados financieros en general, por lo que los daños se limitan a fallos idiosincrásicos como los mencionados anteriormente.
¿Qué papel desempeñarán los organismos reguladores?
No es de extrañar que las últimas bajas hayan provocado nuevos llamamientos a la intervención de las autoridades reguladoras en este ámbito, incluso por parte de la vicepresidenta de la Reserva Federal estadounidense, Lael Brainard.
Una sólida supervisión regulatoria es de por sí bienvenida, por cuanto mejora la protección del consumidor, aborda los problemas de estabilidad financiera y, en última instancia, facilita la adopción institucional, pero la legislación incipiente a ambos lados del Atlántico también habla por sí sola: los organismos reguladores no esperan que el ecosistema de activos digitales se desvanezca en la oscuridad. Nosotros tampoco.
Nos sigue gustando la opcionalidad que ofrece una pequeña asignación a activos digitales en el contexto de un portafolio. Un estudio reciente de la Fundación de Investigación del Instituto CFA concluyó que una asignación de hasta el 4 % es adecuada para los inversionistas sensibles al riesgo. Sobre la base de los datos históricos, dicha asignación habría dejado prácticamente inalterados los principales parámetros de riesgo del portafolio, mientras que una asignación superior al 4 % los habría afectado de manera desproporcionada.
El análisis examina la incorporación del bitcoin de forma aislada; sin embargo, creemos que debe hacerse énfasis en una exposición diversificada y cuidadosamente seleccionada. Los últimos acontecimientos del mercado revelaron de manera implacable que la gestión prudente de los riesgos idiosincrásicos en este ámbito es de suma importancia.
En resumen, los argumentos fundamentales para la desintermediación que permite la tecnología de cadena de bloques están lejos de fenecer. Las aplicaciones comerciales viables de la tecnología de cadena de bloques están surgiendo de forma lenta pero segura. Hay que recordar que, si bien la caída de las puntocom provocó la quiebra de algunas de las acciones de internet más atractivas del momento, entre las supervivientes se encontraban empresas muy competitivas que introdujeron el comercio electrónico, las redes sociales, la transmisión en línea y la computación en la nube; el resto es historia.