Una de las principales consecuencias de la pandemia fue la transición de un mundo regido por principios neoliberales, caracterizado por el conservadurismo fiscal e inflación decreciente, a un mundo de capitalismo patrocinado por el Estado, en el que las políticas fiscales y monetarias expansivas actúan conjuntamente para reducir las desigualdades y, en última instancia, reactivar las economías desarrolladas. 2022 mostró lo violento y volátil que puede ser este tipo de cambio. En un entorno tan agitado, resulta más difícil que nunca diferenciar las tendencias transitorias de las estructurales.
Muchos de los acontecimientos de este año, como el recrudecimiento de las tensiones geopolíticas, la alta inflación y la subida de las tasas de interés, podrían interpretarse, en efecto, como signos de nuevas tendencias. Pero, por extremos que sean estos acontecimientos a corto plazo, no alcanzan para predecir tendencias a largo plazo.
La globalización no está muerta
Si bien los indicadores tradicionales de apertura comercial se han estancado desde la crisis financiera mundial, fue la guerra comercial de EE.UU. con China, iniciada en 2018 por el expresidente estadounidense Donald Trump, la que realmente impulsó la idea de la desglobalización. Con la invasión rusa de Ucrania, la amenaza de la desglobalización se tornó más real que nunca.
A primera vista, el panorama parece bastante alarmante. Sin embargo, seguimos creyendo que, aunque el comercio mundial se está estancando y las tensiones geopolíticas probablemente también seguirán haciendo tambalear a las economías y los mercados, sigue siendo poco probable que se produzca una desglobalización y un desacoplamiento por completo.
Esto se debe a dos razones. Primero, creemos que a pesar de la retórica y las ambiciones estratégicas de ambos países, EE.UU. y China mantienen una interrelación económica demasiado estrecha como para permitirse una ruptura brusca y amplia de sus relaciones comerciales. Un estudio reciente del Instituto Peterson de Economía Internacional revela que, en los cuatro años posteriores al inicio de la guerra comercial, los productos chinos afectados por los altos aranceles estadounidenses registraron efectivamente un descenso significativo en las importaciones de Estados Unidos. Sin embargo, las mercancías que no afectadas por gravámenes experimentaron un verdadero repunte, con un incremento del 50 % (en comparación con las importaciones estadounidenses procedentes del resto del mundo, que solo aumentaron un 38 %).
La segunda razón por la que creemos que la desglobalización acabará siendo limitada es que el mundo es multipolar y no bipolar. Hoy, algunos países priorizan claramente sus propios objetivos en lugar de adherirse de modo general a un bloque u otro. Un orden mundial multipolar es terreno fértil para las desavenencias geopolíticas; sin embargo, también es un entorno en el que las relaciones diplomáticas y comerciales beneficiosas son más difíciles de sofocar y que implica una ralentización del comercio mundial y no su declive absoluto.
¿El final de las tasas bajas?
Las autoridades monetarias no esperaban inicialmente que el repunte de la inflación en 2021-2022 fuera tan fuerte y, desde luego, tan persistente, como fue. El resultado de la mezcla inflacionista tóxica fue el giro total de la postura de la Fed, que pasó de moderada a agresiva, y la campaña de subidas de la tasa objetivo de los fondos federales más drástica que se haya visto. Este cambio radical en el panorama político enfrenta a los inversionistas a una importante pregunta: «¿Es este el fin de la represión financiera?».
Aunque la subida de las tasas haya sido violenta, sencillamente, muchas de las tendencias que nos llevaron a declarar la nueva era del capitalismo patrocinado por el Estado siguen vigentes. Seguimos pensando que «la cola mueve al perro», es decir, dado el valor exponencial de los activos financieros en relación con el producto interior bruto mundial, los cambios en los precios de los activos siguen influyendo desproporcionadamente en la economía real.
2022 hizo todo lo posible para hacernos creer lo contrario; después de todo, a pesar de la mayor reducción de la oferta de liquidez en décadas, la economía estadounidense, aunque previsiblemente en desaceleración, logró mantener el rumbo. Sin embargo, si la Fed sigue apretando las tuercas sin miramientos, llegará un momento en que algo se romperá, y es probable que esta ruptura condicione sustancialmente sus intenciones de endurecimiento.
En general, el gran volumen de activos financieros y de deuda mundial no permitiría una subida continua de las tasas de interés y de la rentabilidad, ya que el peligro de que cause problemas sistémicos es demasiado grande. En realidad, las mejores herramientas para aliviar la carga de la deuda mundial y evitar al mismo tiempo un colapso desordenado de la deuda son las tasas de interés bajas combinadas con una inflación más alta pero contenida (es decir, entre el 3 % y el 4 %).
¿Hacia un superciclo de las materias primas?
La creciente incertidumbre geopolítica, las presiones inflacionistas a corto plazo y la persistente confianza en los combustibles fósiles podrían implicar que estamos entrando en un nuevo superciclo de las materias primas. Sin embargo, creemos que es imposible asistir a un superciclo a gran escala sin que este vaya acompañado de un superciclo del petróleo. No obstante, no vemos argumentos para este último, pues las restricciones del suministro se deben más a razones políticas que estructurales y surgirán inminentes contratiempos estructurales en la demanda, especialmente por parte de China.
El hecho de que sea poco probable que se produzca un superciclo de las materias primas a mayor escala no significa que ciertas materias primas no vayan a experimentar un periodo de altos elevados en esta década. En el caso de los metales industriales, por ejemplo, hay dos tendencias estructurales opuestas que influyen en la demanda. Los factores demográficos de China y su transición económica hacia un crecimiento más lento actúan como presión negativa sobre los precios, mientras que el crecimiento de las tecnologías limpias ejerce una influencia positiva.
Un metal que merece más atención en este sentido es el cobre. Aunque China está pasando lentamente de impulsar la demanda de cobre a frenarla (se prevé que la demanda china de este metal alcance su punto álgido en 2030), la transición energética será su principal motor hasta mediados de siglo, lo que provocará un crecimiento continuo del consumo mundial de cobre.
Desde el punto de vista de la oferta, prevemos una ralentización significativa del crecimiento de la oferta minera a partir de mediados de la década, antes de que una aceleración del suministro de chatarra derivada de un ciclo de reciclaje más corto para las baterías de los vehículos eléctricos pueda finalmente compensar esta brecha.
En definitiva, este desequilibrio temporal entre el crecimiento de la demanda y el descenso simultáneo de la oferta conduce a perspectivas estructurales muy sólidas para el cobre en la próxima década.
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